Lourdes, mi mujer, duerme a mi lado, en la habitación del hospital en la que ha sido sometida a una delicada intervención quirúrgica, mientras dudo si trasladar al ciberespacio alguno de los sentimientos que me embargan, de las reflexiones que acuden a mi mente desde que, hace 10 días, le diagnosticaron una grave lesión cerebral.
La tristeza, el desamparo, son los sentimientos recurrentes y dominantes, a pesar de estar rodeado de mis hijos, de las hermanas de Lourdes (mis hermanas), de nuestros mas intimos amigos.
La preocupación por la evolución de la enfermedad detectada; el temor de que la maldita enfermedad le limite no ya la vida, sino sus facultades y funciones básicas, me aterra tanto como a ella; la incertidumbre de que pueda continuar su trabajo con sus niños (sus bomboncitos); aparecen cada madrugada, arrojando sombras sobre el futuro inmediato.
Afortunadamente, su decisión de exigir información sobre su enfermedad, me libera del calvario de fingir ante ella y nos permite, a través de las lágrimas compartidas, aproximarnos como nunca lo hemos estado.
Espero, deseo, que dentro de pocos días, en nuestra casa encontremos las fuerzas, que en el hospital nos faltan, para afrontar un futuro incierto, que no se que nos deparará.