lunes, 18 de enero de 2016

Ruptura o Reforma

Las elecciones del pasado 20 de diciembre ha dejado algunas cosas claras: Una, que se acabaron las mayorías absolutas y, con ello, el bipartidismo; otra que la mayoría de los españoles hemos votado por el cambio. Lo que no está tan claro es hasta donde queremos que llegue el cambio; si basta con regenerar los aspectos que han deteriorado hasta el extremo actual el sistema que nos dimos con la Transición, o si queremos cambiar radicalmente las bases de nuestra convivencia. Reforma o Ruptura es la disyuntiva, como lo fue al final de los 70 del siglo pasado, cuando la muerte del dictador dividió a las fuerzas políticas entre quienes querían dar la vuelta como un calcetín al régimen franquicia, y quienes apostaron por construir, poco a poco, tragando algún que otro sapo, un régimen democrático, homologable a los de nuestro entorno.
No hace falta recordar que triunfaron las tesis reformistas que, mediante lo que hemos llamado Transición, nos permitió construir un “Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”, que, con sus imperfecciones, nos permitió alcanzar un alto nivel de igualdad y de bienestar social
En ese proceso, el protagonismo político principal lo tuvo el PSOE que apostó por las tesis reformistas, renunció a los aspectos mas chirriantes de sus principios ideológicos y, desde los gobiernos del Cambio, trajo a este país reformas y universalizaciones de servicios públicos que nos permitieron, en cierta medida, equipararnos a los países del norte de la Europa en la que, también de la mano del PSOE, entramos en 1.985.
Todo esto es historia, pero historia que no convienen ni olvidar ni borrar.
Ahora nos encontramos ante una nueva coyuntura; nuevamente los partidos políticos tienen que decidir entre Ruptura o Reforma. Las diferencias con aquella que dio paso a la Transición son bastantes y sustanciales. A mi personalemnete me preocupa una: la que parece agrupar a los partidarios de una u otra opción en función de la edad y no en función de la ideología, como ocurría en 1.975.
En esta coyuntura, otra vez, el PSOE vuelve a ser determinante, aunque los compañeros de viaje son completamente diferentes. A un lado, el PP que acepta cambiar algo, para que nada cambie; al otro lado una fuerza emergente: Podemos, que aun no ha definido claramente hasta donde quiere llegar, mas preocupados sus dirigentes en su anhelo de fagocitar al PSOE que por apoyar un consenso de fuerzas progresistas que permita recuperar los derechos y libertades cercenados en los últimos años, y afrontar ordenadamente un nuevo modelo territorial que no solo de respuesta a los anhelos soberanistas, sino tambien a los anhelos de quienes quieren dejar de estar en el furgón de cola del desarrollo español.

En esta coyuntura, el problema para el PSOE es decidir si quiere quedarse apuntalando algo que se cae, -apoyado en un electorado cada vez de mas edad por el que compite con el PP-; intentar liderar un proceso mas rupturista de fuerzas progresistas, en el que posiblemente podría entrar Ciudadanos; o, simplemente, cambiar nuevamente de liderazgo, ganando tiempo, de victoria en victoria, hasta la derrota final.

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