jueves, 5 de junio de 2014

Un Rey legítimo

La Constitución Española establece que la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria; determina que la Corona de España es hereditaria en los sucesores de S.M. Don Juan Carlos de Borbón; y da preferencia en la sucesión al hijo varón del Rey. Por tanto, el ascenso de Felipe de Borbón a la Jefatura del Estado español es acorde con la Constitución. Felipe VI será un Rey legítimo.
Tan legitimo como lo es proponer una modificación de la Constitución de 1.978, o una nueva Constitución, para lo cual solo es necesario seguir el procedimiento establecido en el Título X de la vigente, el cual exige un referéndum para la ratificación de la modificación cuando esta tenga un determinado alcance o lo solicite una parte de las Cortes Generales.
Tan legítimo como exigir en la calle a los partidos políticos, al Gobierno, que promuevan un referéndum consultivo, al amparo del artículo 92 de la Constitución, para que los ciudadanos españoles se pronuncien sobre la forma política que consideran más adecuada para el Estado español en los momentos actuales: Monarquía, República , Estado Federal, etc.
Visto lo visto, está claro que los principales partidos que suscribieron el pacto político y constitucional que sirvió de soporte a la Transición, PSOE y PP, no consideran ni necesario, ni oportuno afrontar un proceso que no saben a dónde conduciría. Se impone en ellos la prudencia que aconsejó, en 1.978, impulsar un camino pausado y, en teoría, seguro, al contar con el beneplácito tanto de las fuerzas democráticas como de los poderes fácticos que en aquellas fechas intentaban administrar el legado franquista.
Pero también, visto lo visto en los últimos días, no es aventurado pensar que más antes que después, más pronto que tarde, se abrirá paso la idea de que el agotamiento de la primera Transición y, sobre todo, la grave crisis institucional, política y económica que asola a España obliga a abordar un proceso en el que, entre todos, definamos que queremos que sea nuestro país en pleno siglo XXI.
En mi opinión, es llegado el momento de abordar una profunda reforma constitucional, que refuerce los principios inspiradores del Estado social y democrático de Derecho que nos dimos en 1.978, incorporando a los de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político, otros como el de la participación, transparencia, o laicidad; una reforma que recupere para los ciudadanos la soberanía perdida a favor de los mercados con la modificación nocturna y alevosa del artículo 135, establezca líneas rojas infranqueables en defensa del estado de bienestar y blinde los servicios públicos esenciales; una reforma que aborde una nueva configuración federal del Estado en la que tengan cabida la solidaridad y las legitimas aspiraciones de los ciudadanos catalanes, vascos o murcianos; una reforma que, - tras oír la voz de los ciudadanos en un referéndum consultivo-, establezca si la forma política del Estado español sigue siendo una Monarquía parlamentaria o pasa a ser una República democrática.
Ojalá, en los primeros años del reinado del legítimo Felipe VI, seamos capaces de abordar ese proceso que requiere mucha altura de miras, pero que es imprescindible si queremos abortar la deriva de un país que se desangra social, económica y políticamente. Especialmente creo que esa altura de miras debe estar presente en quienes protagonizaron políticamente la primera Transición que, -además de elogiarle hasta el baboseo en algunos casos-, podían seguir el camino trazado por Juan Carlos I con su abdicación, dando paso con ello a las nuevas generaciones de españoles y españolas, tan preparados o más que el heredero para asumir el protagonismo que reclaman y que les corresponde. Si no lo hacemos, si no lo promueven los principales partidos políticos, es previsible que los ciudadanos protagonicen nuevas mareas que se lleven por delante los restos del naufragio de la primera Transición; mejor para todos que con el reinado de Felipe VI se inicie una nueva Transición que, ahora sí, rompa con los vestigios del antiguo régimen.

Mi opción está clara: Larga vida al ciudadano Felipe de Borbón, corta vida al Rey Felipe VI.

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