Finalmente, tras casi 20 meses de lucha, el maldito cáncer ha podido con las ganas de vivir de Lourdes.
La han despedido -nosotros, su familia, no la despedimos, estará por siempre entre nosotros-, sus niños, decenas de amigos, de compañeros y compañeras, de conocidos y, ante ellos, tras la ceremonia religiosa, he querido rendirle un pequeño tributo pronunciando unas palabras.
Palabras dirigidas, no a la mujer a la que tanto he querido, sino a la persona a la que tanto he admirado.
La han despedido -nosotros, su familia, no la despedimos, estará por siempre entre nosotros-, sus niños, decenas de amigos, de compañeros y compañeras, de conocidos y, ante ellos, tras la ceremonia religiosa, he querido rendirle un pequeño tributo pronunciando unas palabras.
Palabras dirigidas, no a la mujer a la que tanto he querido, sino a la persona a la que tanto he admirado.
He dicho que Lourdes ha sido una persona extraordinaria; comprometida, cariñosa y, sobre todo, generosa.
Comprometida con su trabajo, con su profesión, a los que dedicó mucho más tiempo del que tenía obligación de dedicar. He sido testigo de las tardes, cientos de tardes, que dedicó a elaborar material escolar, a preparar sus clases, a estudiar, a organizar y revitalizar la biblioteca del colegio, o a recorrer los Centros de Profesores de la región para transmitir sus conocimientos y experiencias.
Comprometida sindicalmente, como demostró durante el tiempo que dedicó a la Federación de Trabajadores de la Enseñanza de UGT o a representar a sus compañeros de trabajo en el Comité de Empresa del colegio, al lado de Pepe González, su amigo del alma.
Comprometida con la gente más débil, con la más necesitada; algunos padres y madres presentes en el funeral son testigos de sus desvelos por algunos niños discapacitados, para ayudar a los cuales se especializó en el método Doman que, posteriormente aplicó a su trabajo con sus alumnos.
Cariñosa con todos los que la rodeaban; cariñosa con su madre, a quien adoraba; cariñosa con sus hermanas, con quienes, sin serlo, actuaba como hermana mayor, como confidente, como amiga; cariñosa con su hermano Luis; cariñosa con su ahijado Andrés por quien se desvivió durante casi veinte años; cariñosa con sus sobrinos; cariñosa con mis hijos, Isaac y Sara, de quien fue, -sin pretenderlo, sin intentar ocupar ningún espacio que no le correspondía-, una segunda madre; cariñosa con mis nietos, a los que ha querido como suyo (sus últimas sonrisas han sido dedicadas al más pequeño: Aitor) cariñosa con sus niños, con sus “bomboncitos” , en quienes volcó sus mejores esfuerzos y que le correspondieron, que le corresponden, con su cariño, con su imborrable recuerdo. Y cariñosa, enormemente cariñosa, conmigo, hasta el extremo de aceptar renunciar a la maternidad, cuando el instinto le llevó a intentar cambiar el pacto que habíamos contraído al respecto.
Pero si tuviera que utilizar una palabra para definir a Lourdes, creo que esta palabra sería la de generosa. Lourdes ha sido extraordinariamente generosa, posiblemente la persona más generosa que he conocido en mi vida;
Fue generosa en su trabajo, con sus compañeros, con su colegio.
Fue generosa con su familia, a la que dedicó tiempo y desvelos, cada vez que alguna dificultad aparecía en su entorno.
Fue generosa, enormemente generosa con los niños que han pasado por sus manos durante sus 25 años de trabajo en Guadalupe; generaciones de estos niños y niñas, hoy muchos de ellos hombres y mujeres o adolescentes, son testigos y, en cierta medida, frutos de esa generosidad que le llevó a ser su maestra en el colegio y fuera de él; a ser amiga y confidente de las madres, muchas de ellas amigas intimas como consecuencia del trato continuo y continuado en el tiempo.
Fue generosa conmigo, hasta el extremo de querer resolverme cuestiones materiales y afectivas cuando supo que se iba.,
Y ha sido generosa hasta en la muerte, decidiendo, cuando tuvo conocimiento de su enfermedad, donar todos los órganos de su cuerpo para intentar salvar o mejorar la vida de algunas personas. Lamentablemente, el maldito tumor que ha acabado con su vida, ha impedido que esta decisión se haya podido materializar.
He querido, con este elogio funerario, que sus compañeros, que sus alumnos, que sus madres, que sus amigos, no recuerden a la Lourdes que comenzó a morir el día que comprendió que no volvería a dar clases; quiero que, -igual que nosotros, su familia-, tengán el recuerdo imborrable de una mujer comprometida, cariñosa, generosa, de una mujer extraordinaria, cuyos restos, al igual que su memoria, han quedado unidos para siempre al colegio al que dedicó su vida.
Comprometida con su trabajo, con su profesión, a los que dedicó mucho más tiempo del que tenía obligación de dedicar. He sido testigo de las tardes, cientos de tardes, que dedicó a elaborar material escolar, a preparar sus clases, a estudiar, a organizar y revitalizar la biblioteca del colegio, o a recorrer los Centros de Profesores de la región para transmitir sus conocimientos y experiencias.
Comprometida sindicalmente, como demostró durante el tiempo que dedicó a la Federación de Trabajadores de la Enseñanza de UGT o a representar a sus compañeros de trabajo en el Comité de Empresa del colegio, al lado de Pepe González, su amigo del alma.
Comprometida con la gente más débil, con la más necesitada; algunos padres y madres presentes en el funeral son testigos de sus desvelos por algunos niños discapacitados, para ayudar a los cuales se especializó en el método Doman que, posteriormente aplicó a su trabajo con sus alumnos.
Cariñosa con todos los que la rodeaban; cariñosa con su madre, a quien adoraba; cariñosa con sus hermanas, con quienes, sin serlo, actuaba como hermana mayor, como confidente, como amiga; cariñosa con su hermano Luis; cariñosa con su ahijado Andrés por quien se desvivió durante casi veinte años; cariñosa con sus sobrinos; cariñosa con mis hijos, Isaac y Sara, de quien fue, -sin pretenderlo, sin intentar ocupar ningún espacio que no le correspondía-, una segunda madre; cariñosa con mis nietos, a los que ha querido como suyo (sus últimas sonrisas han sido dedicadas al más pequeño: Aitor) cariñosa con sus niños, con sus “bomboncitos” , en quienes volcó sus mejores esfuerzos y que le correspondieron, que le corresponden, con su cariño, con su imborrable recuerdo. Y cariñosa, enormemente cariñosa, conmigo, hasta el extremo de aceptar renunciar a la maternidad, cuando el instinto le llevó a intentar cambiar el pacto que habíamos contraído al respecto.
Pero si tuviera que utilizar una palabra para definir a Lourdes, creo que esta palabra sería la de generosa. Lourdes ha sido extraordinariamente generosa, posiblemente la persona más generosa que he conocido en mi vida;
Fue generosa en su trabajo, con sus compañeros, con su colegio.
Fue generosa con su familia, a la que dedicó tiempo y desvelos, cada vez que alguna dificultad aparecía en su entorno.
Fue generosa, enormemente generosa con los niños que han pasado por sus manos durante sus 25 años de trabajo en Guadalupe; generaciones de estos niños y niñas, hoy muchos de ellos hombres y mujeres o adolescentes, son testigos y, en cierta medida, frutos de esa generosidad que le llevó a ser su maestra en el colegio y fuera de él; a ser amiga y confidente de las madres, muchas de ellas amigas intimas como consecuencia del trato continuo y continuado en el tiempo.
Fue generosa conmigo, hasta el extremo de querer resolverme cuestiones materiales y afectivas cuando supo que se iba.,
Y ha sido generosa hasta en la muerte, decidiendo, cuando tuvo conocimiento de su enfermedad, donar todos los órganos de su cuerpo para intentar salvar o mejorar la vida de algunas personas. Lamentablemente, el maldito tumor que ha acabado con su vida, ha impedido que esta decisión se haya podido materializar.
He querido, con este elogio funerario, que sus compañeros, que sus alumnos, que sus madres, que sus amigos, no recuerden a la Lourdes que comenzó a morir el día que comprendió que no volvería a dar clases; quiero que, -igual que nosotros, su familia-, tengán el recuerdo imborrable de una mujer comprometida, cariñosa, generosa, de una mujer extraordinaria, cuyos restos, al igual que su memoria, han quedado unidos para siempre al colegio al que dedicó su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario