Esta tarde se ha inaugurado un busto que, por suscripción popular de los vecinos de la margen derecha, se ha levantado en el Parque de San Fernando de Badajoz a Manolo Rojas, alcalde socialista de Badajoz entre 1.983 y 1.991. El comentario generalizado ha sido que el parecido de la estatua con Manolo es mínimo.
Manolo Rojas fue, sobre todo, una gran persona y por eso es querido y recordado en la ciudad.
Como alcalde intentó hacer de Badajoz una gran ciudad, alegre y divertida (En Badajoz se vive o Badajoz olímpico, eran lemas de la ciudad que regia). Impulsó grandes proyectos, excesivos algunos, utópicos otros, como él, y uno de ellos se lo llevó por delante. La ciudad, consciente de que fue desfrenestado desde Mérida, no ha vuelto a darle su confianza a su partido.
Hoy, rodeado de viejos amigos y militantes socialistas y ugetistas de su época, rememoraba dos situaciones vividas con él; la primera, un pleno municipal que presidia durante un conflicto laboral en el ayuntamiento, en el que, el bueno de Manolo, nos cedió la palabra a los sindicalistas que le pusimos a escurrir, mientras él nos miraba con una sonrisa entre triste e irónica. La segunda, un encuentro y un abrazo en una calle de Badajoz, al tiempo que alborozado me decia que venia de una revisión y que estaba limpio. Dos meses después el cáncer acabó con su vida.
Hoy, lo mejor del acto la gente y el recuerdo de Manolo; los discursos flojitos.
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