Tercer día de trabajo en
Chile, segundo en Santiago. La agenda del día me permite coger el pulso a la
ciudad. Por la mañana a Quilicura, populosa, industrial y humilde, comuna del
Norte de Santiago, cercada por polígonos industriales y por el aeropuerto, que
dificultan su acceso a la capital metropolitana. Como la reunión con el alcalde
es a las 9 de la mañana y tengo que cruzar toda la ciudad, opto por el metro, -
para evitar los tacos (atascos) que colapsan a primera hora de la mañana la
ciudad-, y por el taxi en el último tramo (El Metro aun no llega a Quilicura
aunque su alcalde, el segundo mas votado de Chile, viejo amigo de Extremadura, no cesa en el empeño de acercarlo
poco a poco a su comuna).
El esplendido metro de
Santiago no tiene capacidad en las horas punta para absorber a las decenas de
miles de persona que desde las comunas periféricas se dirigen a sus trabajos
diarios, cruzando la ciudad. La gente se estruja, se comprime, para permitir
que entren mas conciudadanos. Muchos tienen que esperar al siguiente tren, o al
siguiente; ni un solo incidente, ni un lamento o protesta.
Por la tarde, a Las Condes,
el barrio residencial y de negocios que, hacia el Este, se extiende buscando la
cercana Cordillera y aires mas puros. Nuevamente el metro y el coche de San
Fernando con el que recorro las amplías y luminosas avenidas, trufadas de
espacios verdes impolutos. Como la cita con el responsable de desarrollo de
negocios de la multinacional energética con el que me reúno es a las cuatro de
la tarde, el metro circula a media ocupación, y el paseo por las avenidas es
agradable en este otoño austral que mas bien parecería nuestra primavera, si no
fuera porque el sol circula de Este a Oeste por el Norte y no por el Sur como
en nuestro hemisferio.
A la salida de la agradable
reunión, (mi interlocutor era español), nuevo paseo por un parque que alegra la
vista a los empleados de las multinacionales que trabajan en los acristalados
rascacielos que lo circundan, y a buscar el metro. Ahora el paisaje cambia; a
mi alrededor decenas de personas que van saliendo de los edificios de acero y
cristal, me adelantan presurosos. Son los mismos que esta mañana, hace casi
doce horas, se apretujaban en el metro para dirigirse a su trabajo, que
regresan a sus hogares en las comunas del suroeste de la región metropolitana.
El metro vuelve a circular atestado, sus
ocupantes son los mismos hombres y mujeres de esta mañana, pero ahora no van;
vuelven a sus hogares con caras cansadas pero con la misma actitud cívica,
educada que tenían por la mañana.
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